2015: Un año para olvidar
Abogado
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Fernando Barros
Reviso las 11 columnas que escribí entre enero y noviembre para Diario Financiero y me hubiere gustado cerrar el año con una visión optimista de lo que viene en 2016.
Durante 2015 múltiples analistas insistieron en que el lenguaje matonesco del primer año y más de este gobierno, sumado a una embriaguez refundacional y actitud pasionaria incluso superiores a las del gobierno de la Unidad Popular, requerían un giro mayor y que, de no ocurrir, la economía se deterioraría no solo por los factores externos sino que por una gestión “chascona” propia de los años ‘60. Asimismo, la inversión y creación de empleo caerían irremediablemente.
Las cifras negativas comienzan a aparecer y la producción manufacturera e industrial caen. La generación de nuevos empleos alcanza apenas a una fracción de lo logrado pocos años atrás y las cifras de desempleo se anuncian como positivas en un entorno que genera suspicacias dado el aumento de la contratación pública, disminución de los que quieren trabajar y alza de los jubilados. El inicio de nuevos proyectos inmobiliarios, de aquellos que quedarán afectados por el cambio de las reglas del juego en tributación a la renta y en IVA, que con tanto afán ha buscado el senador Montes en su declarada odiosidad hacia una de las actividades más importantes en la creación de empleo, se está viendo afectado. Para qué mencionar la incertidumbre del leasing, actividad que ha quedado impedida de competir con la industria bancaria al romperse la neutralidad tributaria en la industria del financiamiento inmobiliario.
No debemos preocuparnos, se nos dice, ya que se corregirán ese y muchos otros aspectos cuya inoperancia quedaron a la vista hace más de 15 meses. Es tarde. La industria del leasing ha sufrido efectos irrecuperables. A cuatro semanas de la vigencia de un nuevo gravamen con efecto retroactivo que afecta financiamientos pactados hace años aún no se conoce el proyecto y muchas operaciones de financiamiento se han ido a la banca.
Las autoridades han dado a conocer algunas “correcciones” que dejan en evidencia que la reforma tributaria fue otra iniciativa mal pensada, mal negociada, mal resuelta y, lo peor, olvidando que la tributaria es una institucionalidad muy relevante para el país y que, además de recaudar recursos para el Fisco, debe evitar comprometer negativamente el desarrollo de las actividades empresariales y otros sectores del quehacer económico como el mercado de capitales.
Como corolario a la normativa de la SVS que asfixia a las empresas listadas y manda un claro mensaje de mantenerse alejadas del acceso al financiamiento del emprendimiento que representan las sociedades anónimas abiertas, ha introducido una discriminación para la mediana y gran empresa que rompe el principio de neutralidad impositiva y se constituye en un desincentivo para que las empresas se pongan pantalones largos y busquen crecer.
El nuevo orden tributario de la Nueva Mayoría, al cual de manera increíble se sumaron muchos otros a su aprobación para no quedar fuera de la foto -explicando la deteriorada visión de los políticos en nuestra sociedad- establece que las empresas que solo tienen socios personas naturales y que no optan por transformarse en abiertas y buscar socios en el mercado de capitales, tendrán una carga impositiva conjunta de la sociedad y sus socios de hasta el 35% de la utilidad del ejercicio, mientras que las sociedades anónimas y sus accionistas tributarán con hasta el 44,45%. Si a ello sumamos el efecto de la carga de la patente municipal en algunas empresas la carga fiscal puede acercarse al 50%. Resulta evidente que la diferencia de carga tributaria constituirá un desincentivo a las empresas para expandirse si ello supone incrementar en más de un 30% la carga tributaria.
El desastre no alcanza sólo a la reforma tributaria. La improvisación amenaza nuestra educación escolar y promete un caos en el ámbito universitario con una vergonzosa discriminación ya que mira al carácter estatal de las instituciones y no a la selección que han hecho los estudiantes, sin importar su mérito.
La lista es muy larga. La incertidumbre campea en las empresas y evidentemente paraliza sus decisiones de inversión, ante los iluminados que quieren “mandar a guardar” lo construido con mucho esfuerzo durante cuatro décadas.